Así esté en disputa por todo tipo de grupos armados, Saravena es, ante todo, cuna sagrada de los indígenas u’was, betoys, ingas, sikuanis, hitnus y macaguanes, que siempre han velado por la conservación del agua y los bosques, desde la Sierra Nevada del Cocuy hasta las calurosas sabanas del Sarare. Me lo recordó en diciembre de 2015 el líder ancestral Víctor Chivaraquía a raíz de la protesta que hizo, junto a su comunidad, frente a la Alcaldía de ese municipio de Arauca para “pedir respeto a nuestros territorios”. La guerrilla del Eln acababa de asesinar a 12 militares en Güicán de La Sierra (Boyacá) y tropas del Ejército Nacional irrumpieron en sus resguardos “sin ninguna consulta ni autorización”, hechos que causaron la desaparición de dos indígenas y el amedrentamiento de todos los pobladores.
Fue el agua sagrada de la quebrada La Pava la que permitió que los colonizadores sobrevivieran, crearan una cooperativa agropecuaria con ayuda inicial del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora) y fundaran el corregimiento de Tame, luego municipio, en febrero de 1976. El aislamiento y el apogeo del caserío, que se llamaba Las Pavas, llevaron a la construcción de una pista de aterrizaje.
Leo en Fragmentos de la historia del conflicto armado, documento del sociólogo Alfredo Molano Bravo, que fue uno de los lugares donde los gobiernos del Frente Nacional promovieron asentamientos en los años 60. Después no apoyaron a las comunidades por lo que, a comienzos de los años 70, hubo “paros cívicos en Caquetá, Caldas, Córdoba, Saravena y Sucre. La represión fue violenta. El Gobierno congeló el presupuesto de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, despidió a los funcionarios campesinistas y encarceló y persiguió a los dirigentes de paros e invasiones. Las invasiones, que antes se negociaban, fueron severamente reprimidas por la policía rural”. La reacción se agravó en los años 80 por la falta de presencia estatal integral. Recuerda el investigador Molano que antes, durante la violencia de los años 50, lo que hoy es Saravena fue una de las tierras prometidas por la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla a cambio de las armas de los 10.000 guerrilleros que comandaba Guadalupe Salcedo en 1953.
Con información de: El Espectador
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