El pasado 3 de febrero Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, vio reducida su fortuna en una tercera parte. El valor en bolsa de la compañía, que es propietaria también de Instagram y WhatsApp, se redujo en la bobadita de 300.000 millones de dólares, una suma equivalente a diez veces el valor de Ecopetrol. Y no parece haber sido un revés transitorio, pues pasaron semanas sin que la acción diera señales de rebotar.
Sobre la compañía se cierne por estos días una tormenta perfecta. Con 3.000 millones de usuarios activos en Facebook, casi la mitad de los habitantes del planeta, se volvió demasiado grande para dejar sola. Hoy es el blanco principal de quienes piden a las autoridades antimonopolio regular las plataformas tecnológicas. La administración Biden ha hecho eco de esas voces y estudia medidas.
En octubre pasado Zuckerberg había cambiado el nombre de la compañía de Facebook a Meta. Al hacerlo señaló que conquistaría el ‘metaverso’ del futuro. Este sería un universo completo de gente conectada con audífonos y visores tridimensionales a una realidad paralela donde se trabaja, juega y socializa, y hay un comercio de objetos y monedas virtuales. Algo que suena bien para una película de ciencia ficción, pero no tanto para la proyección financiera de una compañía.
Muchos inversionistas dudan que la humanidad quiera meterse en esa locura, y ven los 10.000 millones de dólares que la compañía ha gastado en el proyecto como un derroche.
Pero la mayor debilidad de Meta está ahora en su capacidad de generar ingresos por la venta de publicidad. El poder de las plataformas está en registrar la historia de navegación de los usuarios y hacer un perfilamiento muy preciso de ello para mostrarles anuncios publicitarios a la medida. Eso es oro para los anunciantes. La publicidad antigua consistía en sacar en prensa, radio o televisión avisos dirigidos a una audiencia muy grande e indiscriminada, lo cual era ineficiente y costoso.
Las plataformas tecnológicas, en cambio, permiten desplegar selectivamente cada anuncio, con mira telescópica, solo a aquellos usuarios que se sabe de antemano que van a estar interesados en el producto. ¿Cómo lo saben? Por su historia de navegación, sus ‘likes’, etc.
Hace un año la compañía tuvo una salida en falso cuando anunció que cortaría el servicio de WhatsApp a los usuarios que no aceptaran una nueva política de privacidad que le permitía compartir información con Instagram para fines publicitarios. Hubo rebelión. Crecieron Signal y Telegram, los competidores de WhatsApp. Esta última echó para atrás su anuncio. Pero quedó sembrada la desconfianza del público.
Después vino el golpe de Apple. Luego de un cambio reciente en el sistema operativo del iPhone, aplicaciones como Facebook tienen que pedirle permiso al usuario para observar su historia de navegación (el oro de los anunciantes). Así, quienes pautan en Facebook ya no tendrán la precisión telescópica de antes para desplegar el anuncio solo al perfil de usuario preciso, y buscarán otros canales para sus anuncios. Solo este detallito reducirá los ingresos de Meta por venta de publicidad en US10.000 millones el próximo año. Ante esto Google aplaude y se prepara para vender más publicidad, pues su sistema Android no ha introducido el control de privacidad.
Así se dan garrote los gigantes de la tecnología. Con todo y los golpes, Zuckerberg preserva una fortuna colosal, mientras los gobiernos del mundo se preguntan cómo regular compañías tan increíblemente grandes en un mundo tan cambiante.
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